miércoles, abril 23, 2008

Pario, que manera de sufrir....

El cielo no tiene respuestas. El mira y mira hacia arriba, hacia la noche profunda, cada vez que elige mal (curioso debido a su foja de servicio) o cuando sus compañeros no le hacen caso y se dejan comer por la ansiedad. Allá en lo alto también está Diego, colgado de su palco. El mejor de todos los tiempos tampoco tiene respuestas, pero empuja. Los corazones no dan más. A los turistas no les alcanzan los ojos ni los oídos. El grito es uno solo a pesar de que son 50.000 los que gritan. El tiempo pasa, la Copa se va, pero no importa, la Bombonera lo espera. Confía ciegamente en ese hombre que tantas alegrías supo regalar desde su botín derecho. Y desde su alma. Hasta que, de pronto, el estadio, su templo, se rinde a sus pies. Otra vez. La Bombonera es el Coliseo Román. Riquelme detiene el tiempo: recibe, incómodo, estirando a más no poder ese aductor rebelde, la trae, la acomoda, mira al excéntrico Henao y ahí, en el instante más caliente, cuando a cualquier mortal se le aflojarían las muelas, Juan Román mete un amague mágico, tremendo, que arrastra al peculiar arquero del Maracaibo y enseguida, fino, delicado, artístico, pica la pelota y da el pase más lindo de todos, el que va a la red. Como diría Angel Cappa, acaba de definir con la suavidad con la que se cierra la puerta de un Mercedes... Es el gol de la Copa...En Chile, un argentino ya había hecho Patria. El gol de Colotto había caído como una catarata de las tribunas. Todos, más que nadie Román, ya estaban avisados de que faltaba un gol. Sólo uno más. Boca empezaba a perder la paciencia, los fantasmas malos parecían ganarles a los buenos que (dicen) se resisten a irse del estadio. El abrazo entre Román y Palermo es toda una señal. Es el abrazo de todos...Boca no hizo cinco goles, como debía para pasar de ronda sin tener que espiar del otro lado de la Cordillera. Hizo tres. Se perdió diez. Pero lo ganó por el 10. Las gargantas, como los corazones, no dan más. El humo bueno, el de los fuegos artificiales, lo invade todo. En el vestuario se grita como en la tribuna. Es como si Boca hubiera ganado la Copa. Juan Román salta, canta como un chico, como un hincha. Los jugadores y el técnico sean unidos. Los dirigentes pasan, cierran el puño, salen. El sufrimiento es historia.Si Boca vuelve a hacerse la América, este partido será recordado. Y una imagen, la de Riquelme y su danza, será para siempre. Todo estará ahí, guardado, en el Coliseo Román.